mayo 6, 2023

La resiliencia en los niños: cómo fomentarla

AUTORES: Patricia Olimpia Reyes Hernández/ Martha Patricia Hernández Rico/ Leticia Hernández Rico/ Diana Piedad Reyes Hernández/ Ulises Reyes Gómez

Resumen
El término resiliencia adaptado a las ciencias sociales se refiere a la capacidad de una persona o grupo para afrontar la adversidad y lograr adaptarse bien ante las tragedias, los traumas, las amenazas o el estrés severo a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo, logrando su desarrollo psicológico de una manera sana y exitosa. Esta pandemia fue enfrentada por los niños en muchos de los casos de manera exitosa por el incremento de su resiliencia. El presente artículo revisa algunos aspectos básicos de la importancia de esta en los niños y cómo fomentarla.
Palabras clave: estrés severo, macroambiente, niños, resiliencia, tragedia, traumas

Abstract
The term resilience adapted to social sciences refers to the ability of a person or group to face adversity and manage to adapt well to tragedies, traumas, threats, or severe stress despite being born and living in high-risk situations, achieving their psychological development in a healthy and successful way. This pandemic was faced by children in many cases successfully due to the increase in their resilience.
This article reviews some basic aspects of its importance in children and how to promote it.
Keywords: severe stress, macro environment, children, resilience, tragedy, traumas.

Introducción
Resiliencia es un concepto que se plantea como un aporte al desarrollo de los seres humanos en el siglo XXI. La inspiración provino de la propiedad de resistencia observada en los materiales, la resiliencia. Ello impulsó una exitosa metáfora que dio origen a la búsqueda de las fortalezas de las personas frente a la adversidad, relacionándose con una multitud de factores que promueven respuestas positivas del ser humano en diversas situaciones. Su principal aplicación implica el énfasis en los factores de avances de la salud y desarrollo para desplazar la mirada patologizante del funcionamiento humano, que buscaba más bien erradicar las disfuncionalidades.

Como señala Beck (1998), las sociedades contemporáneas se han constituido en sociedades de riesgo. La aceleración de cambios, producto de la modernización y la globalización, también demanda estrategias aún más cruciales para que el individuo se apoye más en sus capacidades personales y dependa menos de las instituciones.

Debe tenerse en cuenta que la resiliencia se teje: no hay que buscarla solo en la interioridad de la persona ni en su entorno, sino entre los dos. Durante toda la vida es fundamental otro humano para superar las adversidades y esto es posible a partir del desarrollo de las fortalezas que constituyen la resiliencia. Debe ser un vínculo profundamente afectivo, tierno, de la calidad de los genuinos vínculos afectivos.

Exposición diferente a la resiliencia
Es importante destacar que existe un contraste en cuanto a la adversidad entre los niños y el adolescente. Las etapas fundantes y, por lo tanto, de mayor receptividad y posibilidad de consolidación de los modos de interacción son la infancia y la niñez, con gran influencia del micromundo que forma el contexto para el desarrollo de los seres humanos en esos periodos.

A medida que se avanza en la edad, durante las etapas de crecimiento, el medio familiar, escolar, comunitario, laboral, los comportamientos emergentes, las nuevas interacciones sociales, los espacios de exploración e inserción, ofrecen diversas posibilidades de riesgo y enriquecimiento psicosocial. La fase juvenil es la etapa en la que más cruciales resultan las interacciones de los recursos personales y grupales con las opciones y características del entorno. Se incrementa la necesidad de los adolescentes y jóvenes de encontrar elementos para organizar su comportamiento y dar sentido a su relación presente con el mundo (Krauskopf, 1994).

Los y las adolescentes deben confrontar su pasado y su futuro, además de asumir los cambios biológicos que los llevan a hacer frente a su nuevo rol social. Son las condiciones sociales y culturales las que modulan la relevancia de la dependencia durante el periodo juvenil (Ausbel, 1954).

Educación: pilar de resiliencia en la adolescencia
Se entiende hoy que los educandos, especialmente en la adolescencia y juventud, tienen que aprender prioritariamente el analizar y evaluar las informaciones y conceptos que reciben, siendo esto de gran utilidad en la vida cotidiana como adultos. Más importante que acumular conocimientos es aumentar su capacidad de resolver problemas y de reaccionar creativamente para desempeñarse en un mundo en permanente evolución. Estas aptitudes constituyen un comportamiento significativo de lo que hoy llamamos pilares de la resiliencia y se las incluye con el nombre de “pensamiento crítico”, siendo esta la capacidad de cada individuo de aquilatar sus propias nociones, extraer sus propias conclusiones, cuestionando y evaluando el razonamiento de los otros.

Para conocer el propio sufrimiento es necesario identificarlo, analizarlo y entenderlo, asumiendo la responsabilidad de hacerle frente y actuar en consecuencia.

En respuesta frente a la violencia social, las nuevas configuraciones familiares, la devaluación del saber en la sociedad, la fragmentación de las redes sociales y los modelos poco saludables difundidos en los medios de comunicación se hace necesario ubicar a la escuela como institución en medio de una realidad con características complejas que requiere del reconocimiento de los desafíos multicausales.

Desde el enfoque de riesgo puede creerse que la raíz de la adversidad reside casi exclusivamente en la familia o situación económica imperante. Esto evidencia una escuela paralizada, que hace una oferta homogénea, en la cual aquellos que llegan a estándares socialmente establecidos pueden ser incluidos. La propuesta revalorizadora es ver a la escuela como un factor protector y se abre el juego para pensar en las posibilidades ante la adversidad considerando las dimensiones de la dinámica institucional, desde la conducción hasta el ámbito áulico, y por consiguiente la comunidad como contexto demandante y realista que define las dinámicas educativas. Este enfoque invita a representar la práctica docente desde un pensamiento crítico.

El primer punto práctico al momento de promover la resiliencia en la escuela sería trabajar con el plantel docente las características de esta etapa, modificar procedencias negativas y reforzar la aceptación positiva de las personas, es decir, aceptar a la otra persona como sujeto de derecho y, a la vez, marcar límites y no tolerar ciertas actitudes o comportamientos.

La función docente, entonces, implica no solo preocuparse, sino ocuparse responsable y afectivamente de su función como tal; siendo el maestro un adulto significativo para los alumnos.

Violencia escolar
La violencia consiste en el uso recurrente de actos agresivos como modelo de resolver conflictos. Puede ser física, verbal y psicológica. El abuso se dirige a una persona que está en inferioridad de condiciones. La violencia no se reduce tan solo a agresión ejercida directamente, sino también a la tendencia de desvalorizar y deslegitimar al otro desde un determinado discurso.

Es un fenómeno que traspasa la conducta individual y se convierte en un proceso interpersonal, porque afecta a quien la ejerce, a quien la padece y a los que contemplan sin querer o poder evitarla.

Se considera bullying a la intimidación entre pares y comportamientos violentos en el mundo escolar, acto intencional de hacer daño de forma constante con una asimetría de poder (Magdenzo, 2004).

Los orígenes de la violencia juvenil son multifuncionales; algunos buscan las causas en situaciones de abandono de padres que han renunciado a ejercer un rol formador. Otra opinión son un gremio de profesores con desgaste profesional y problemas de salud mental que carecen de herramientas para manejar conflictos o estilos de
liderazgo autoritario y/o negligente.

Filsecker y López (2002) sostienen que los que ejercen la violencia quieren manifestar algo que no pueden decir de otro modo.

Construcción de la autoestima y los factores del resiliente
Es la capacidad de ser consciente de sí mismo, de estructurar una identidad y de darle un valor. Esto nos permite diferenciarnos de los demás y establecer relaciones interpersonales (Haueussler y Milicic, 1995). En este sentido, Grotberg (en Munist et al., 1998) defiende que las acciones resilientes contienen declaraciones, es decir, verbalizaciones que se expresan diciendo “yo soy”, “yo tengo”, “yo puedo”, “yo estoy”. Pero además, según Puig (2004), la posesión de estas atribuciones verbales puede considerarse una fuente generadora de resiliencia:
* “tengo” personas a mi alrededor en quienes confío y quienes me quieren incondicionalmente.
* “soy” una persona digna de respeto y cariño.
* “estoy” seguro de que todo saldrá bien.
* “puedo” hablar de cosas que me asusten o me inquietan y encontrar a alguien que me ayude cuando lo necesito.

Maddi define el concepto con estas tres actitudes: compromiso (capacidad de implicarse y relacionarse con las personas y el entorno), control (la creencia de que uno tiene la posibilidad de actuar sobre el problema y que
es dueño de su destino y reto (mantener una actitud desafiante ante la vida aceptando la incertidumbre y asumiendo que el error es parte del aprendizaje).

El componente de la personalidad resiliente se forma con tres elementos:

Fortaleza intrapsíquica: aquellos recursos internos de cada persona, que pueden ser fortalecidos en su interacción con el ambiente, que conforman su personalidad y le protegen frente a las adversidades (Lemaitre y Puig, 2004).

Habilidad para la acción: adquisición de habilidades interpersonales o sociales que son entrenables y aparecen como manifestación de fortalezas intrapsíquicas (Lemaitre y Puig, 2004).

Competencias, respuestas amortiguadoras: se activan en la persona como consecuencia de las situaciones estresantes concretas o sucesos potencialmente traumáticos (Lemaitre y Puig, 2004).

Proyecto de vida
Vanistendael destaca lo trascendente que es para el fortalecimiento de la resiliencia el desarrollo de un proyecto de vida, siendo este la acción siempre abierta y renovada de superar el presente y abrirse camino hacia el futuro, utilizando oportunamente las experiencias anteriores, sus posibilidades y las alternativas concretas que le ofrece el ambiente en ciertas etapas de su vida . Es la formación simbólica y cognitiva; debe hallarse, no puede darse.

La planificación de vida no siempre es racional, pero sí orientadora. La capacidad de construir un futuro está relacionada con el sentido de autonomía y de la propia eficacia, así como de la confianza en que uno puede tener cierto grado de control sobre el ambiente. Dentro de estas categorías entran varias cualidades a las que llamamos habitualmente “factores protectores”: expectativas saludables, dirección hacia objetivos y orientación para alcanzarlos (éxito en lo que se emprenda), motivación para los logros, fe en un futuro mejor y sentido de la anticipación y coherencia.

La espiritualidad como promotor de la resiliencia
La palabra espiritualidad viene del latín spiritus, que significa aliento de vida. Es una manera de experimentar y actuar que resulta del reconocimiento de una dimensión trascendental construida por experiencias humanas; es una dimensión propia de la vida humana que incluye valores, actitudes, perspectivas, creencias y emociones.

Los aspectos religiosos y espirituales se encuentran asimismo íntimamente ligados a la salud. Cuando el ser humano, al perder la salud, percibe que su vida está en peligro, suele orientar su búsqueda hacia variados aspectos espirituales religiosos.

En la medicina occidental se observa que ciertos estados de ánimo son capaces de influir en el pronóstico de una determinada enfermedad. Científicos en el área de psiconeuroendocrinoinmunología encuentran nuevas explicaciones a muchas enfermedades y padecimientos, que llevan a establecer un vínculo más estrecho entre la mente y el cuerpo. Las situaciones de tensión y estrés son capaces de desencadenar patologías que nunca antes habían sido consideradas “psicosomáticas”.

El estudio de Benson refuerza esta idea formando un muestreo con aquellas personas que practican oración en forma periódica, quienes tienen menor presión arterial y su frecuencia cardiaca y respiratoria es más baja, lo que se puede comprobar a partir de la utilización de dosaje de epinefrina.

También podemos citar el caso de Harol Kushner, un rabino a cuyo hijo se le diagnostica progeria, así que se decide a escribir un libro y comenta: “Nadie nunca nos prometió una vida exenta de dolores; lo máximo que nos prometieron fue que no estaríamos solos en nuestro dolor y que podríamos recurrir a una fuente externa a nosotros para obtener la fortaleza y el valor que necesitamos”.

Medición de la resiliencia
La resiliencia como proceso lleva implícita la idea de movimiento-dinamismo e interacción entre factores personales y ambientales. En este sentido, a pesar de que somos conscientes de la complejidad de la vida, normalmente hablamos en términos lineales y monocausales. Una dificultad añadida es que no podemos medir el proceso a menos que esta medición se lleve a cabo frente a una situación adversa.

Luthar y Cushing (Salgado, 2005) describieron tres métodos de medir la resiliencia:
1. Medición de riesgos a través de múltiples factores. Se presenta a los sujetos experimentales una escala de eventos negativos (AVE o escala de acontecimientos vitales estresantes) que el individuo debe señalar en el caso de que hayan estado presentes en su historia vital.

2. Situaciones de vida específica. En este caso puede ser el individuo quien define las adversidades, el marco social o incluso los investigadores. Un ejemplo de utilización de este método puede ser frente a un conflicto armado, etc.

3. Constelación de múltiples riesgos. Esta forma de medir atiende a las distintas fuentes de las que puede provenir la adversidad, así como a su interacción.

Finalmente, resumimos las recomendaciones del Dr. Kenneth Ginsburg, pediatra especialista en adolescentes y consultor de la Academia Americana de Pediatría, quien identifica siete características para fomentar la resiliencia en los niños, para lo cual se requiere optimismo.
1. Habilidad. Para manejar los sentimientos de una manera eficaz, ayudando a los niños a incrementar sus fortalezas individuales, identificando un error en incidentes específicos y ayudando a que el niño tome sus propias decisiones. El deseo de los padres de proteger a los niños puede enviar un mensaje equivocado de que él no pueda manejar las situaciones adversas; debe fomentarse que reconozca las habilidades de sus iguales y de sus hermanos de una manera individual, evitando siempre realizar comparaciones.

2. Confianza. En la propias habilidades de los niños, enfocándose en particularidades de cada uno de ellos, lo que creará confianza. Hay que expresar claramente las cualidades, sean de bondad, persistencia, integridad o lealtad, reconociendo al niño cuando ha hecho algo bien, felicitarlo con honestidad y autenticidad, sin presionarlo a que emprenda algo que no pueda manejar.

3.Conexión. De vínculos entre la familia, la comunidad en un sólido sentido de solidaridad, guiándolo hacia importantes valores de amor y atención y evitando rutas destructivas, siempre creando un sentido de seguridad física y emocional dentro del hogar, permitiendo que exprese sus emociones para que se sientan cómodos ante
momentos difíciles de conflictos familiares, recalcando la solución de problemas. Es importante identificar un lugar en donde puedan compartir su tiempo, sea un parque, una salida al cine, un lugar de recreo, etc. Fomentar relaciones saludables con sus iguales.

4.Carácter. Se deberá fomentar un sólido grupo de enseñanzas y valores para poder discernir lo correcto de lo incorrecto. Se deberá incidir en cómo afectan los comportamientos a los demás, deberá estimularse el reconocerse como amable con los demás, fomentar la espiritualidad, evitar el racismo o declaraciones de resentimiento o de estereotipos.

5. Contribución. Comprender que el mundo es un lugar mejor porque ellos están en él y entender cómo pueden contribuir para que este sea mejor. Se requiere propósito y motivación sobre la necesidad de solidarizarse
con los que no tienen nada, incrementar su generosidad, crearle oportunidad.

6. Enfrentarse. Ayudar de una manera efectiva a enfrentar el estrés, lo que ayuda a que esté preparado para los desafíos de la vida, modelando las estrategias positivas y guiándolos hacia ellas, reconocer que muchos comportamientos riesgosos, incluido el dolor y el estrés, son un intento de las personas para su alivio. Nunca reprobar el comportamiento negativo de los niños y menos avergonzarlos ante los demás.

7. Control. Los niños que saben que pueden controlar las consecuencias de sus decisiones tienen más probabilidades de saber que tienen la capacidad de reincorporarse. Cuando un niño está consciente de que puede marcar la diferencia, también promueve la competencia y la confianza.

Los padres deben ayudar a su hijo a comprender que los eventos de la vida no son completamente fortuitos y que la mayoría de las cosas que ocurren son el resultado de las decisiones y acciones de otras personas. Deben aprender que la disciplina se trata de enseñar, no de castigar o controlar; deben usar la disciplina para ayudar a que su hijo comprenda que sus acciones producen ciertas consecuencias.

Es necesario que los niños sepan que hay un adulto en su vida que cree en ellos y los ama incondicionalmente. Los niños serán fuertes o débiles según nuestras expectativas.

Conclusiones
No hay ninguna respuesta simple para garantizar el optimismo en cada situación, pero podemos intentar ayudar a que nuestros hijos tengan la habilidad de enfrentar sus propios desafíos y sean más optimistas, más capaces
y felices. Esto se logra siempre incrementado su resiliencia, motivo de este ensayo.

Referencias
Academia Americana de Pediatría (2015), Como incrementar la resiliencia en los niños.
Cyrulnik, Boris (2003). El realismo de la esperanza, Testimonios de experiencias profesionales en torno a la resiliencia. Barcelona España, Editorial Gedisa, pp. 11-12 y 51-55.
Henderson Grotberg, Edith (2003). La resiliencia en el mundo de hoy, cómo superar las adversidades. Barcelona España, Editorial Gedisa, pp. 17-23.
Puig, Gema (2011). Manual de resiliencia aplicada. Barcelona, Editorial Gedisa, pp. 16-17, 49-53 y 110-111.
Suarez Ojeda, Nestor (2007). Adolescencia y Resiliencia. Argentina, Editorial Paidos, pp. 19-20, 51-61, 139-140, 153-154 y 181.

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